Protestantes y protestantismo en América Latina:

Reflexiones en torno a la variedad de experiencias en su introducción

 

Carlos Mondragón*

 

 

 

Cuando hablamos sobre los orígenes del protestantismo latinoamericano se hace necesario romper con viejos moldes que reducen su introducción y difusión a la labor de los misioneros extranjeros. La información que la historiografía protestante está aportando en los últimos tiempos exige revalorar el papel que los propios latinoamericanos jugaron en la introducción y difusión de las creencias protestantes, así como a los factores endógenos y contextuales que estuvieron presentes todo el tiempo en los diferentes contextos nacionales.

 

         En primer lugar, es necesario distinguir entre: 1) las doctrinas, 2) sus portadores y 3) sus propagadores. A la América Latina llegaron primero los protestantes antes que el protestantismo y sus Iglesias. De la misma manera que las ideas protestantes antecedieron muchas veces a los misioneros profesionales de estas Iglesias. La diversidad de experiencias históricas que se dio en cada país sobre cómo llegaron y se difundieron las ideas protestantes hace difícil cualquier generalización. Nos proponemos aquí dar algunos ejemplos de la diversidad histórica que se dio en la difusión de las ideas protestantes en el subcontinente latinoamericano.

 

 

Protestantes en el Nuevo Mundo

Los protestantes europeos se hicieron presentes en el Nuevo Mundo desde el siglo XVI, poco tiempo después de iniciado el movimiento de Reforma. Junto a los individuos que llegaban a América y que se habían adherido o eran simpatizantes de alguno de los movimientos de la Reforma, y la literatura protestante que lograba introducirse a las colonias, el protestantismo hizo también acto de presencia como un imaginario temido por la Corona española y la Iglesia católica.[1] Esto justificó, entre otras cosas, el establecimiento del Santo Oficio en América y la difusión del espíritu anti-protestante de la Contrarreforma que marcaría el desarrollo de la cultura hispanoamericana hasta el día de hoy.

 

         Al hacer un repaso de la historia del protestantismo en tierras americanas, es necesario distinguir entre los individuos y sus creencias personales y los representantes de las instituciones religiosas o misioneras que llegaron a Hispanoamérica con el propósito de difundir las ideas protestantes y organizar Iglesias de estos credos. Esto nos permitirá entender mejor la dinámica que se dio entre: 1) los colonos de distintas confesiones del protestantismo que llegaron a América con el único fin de conseguir beneficios materiales antes de regresar a Europa, 2) aquellos que tenían exclusivamente objetivos religiosos, y 3) quienes compaginaban ambos propósitos. A estos tres casos se agregan los colonos que tenían la intención de colonizar permanentemente en búsqueda de una nueva vida en América. La pugna colonos-misioneros protestantes se presentó desde el siglo XVI y exige matizar la posición que los misioneros tomaron durante el proceso de colonización y los excesos que éste trajo consigo. La historia de esta relación colonos-misioneros nos muestra que siempre hubo misioneros que justificaron ideológicamente las acciones de sus compatriotas para dominar a los pueblos colonizados, así como misioneros que, a partir de fundamentos bíblico-teológicos, condenaron la barbarie que los colonos practicaban en contra de la población indígena y los esclavos negros. Esta diversidad de comportamientos se dio tanto en el ámbito católico como protestante en América.

 

 

La multiplicidad de experiencias históricas

Enumeraremos en este trabajo algunos casos históricos concretos que dan cuenta de la gran diversidad de experiencias a través de las cuales los protestantes y los protestantismos hicieron acto de presencia en tierras americanas.

 

 

Colonos alemanes en Venezuela

En 1529, sólo ocho años después de que Lutero fuera excomulgado y que Cortés conquistara el imperio azteca (1521), colonos alemanes llegaron a las costas de la actual Venezuela con el fin de buscar minas de oro e influidos por el extendido mito de “Eldorado”. Esta tentativa temprana de colonización alemana se dio a raíz de que agentes de los banqueros del emperador Carlos V, Bartolomé y Antonio Welser, habían obtenido de éste ciertos derechos para “descubrir, colonizar y gobernar” un territorio en la Nueva España.[2] Por diversas razones de tipo político y religioso, y sin haber encontrado el oro esperado, se les retiró la concesión imperial en 1546, lo cual les obligaba a retirarse de los territorios que habían ocupado por 17 años y regresar a Europa. Fueron estos colonos alemanes quienes fundaron la ciudad de Maracaibo, así como otros de los primeros centros de población fundados por los europeos en la actual Venezuela.

 

         Varios de esos colonos alemanes eran luteranos, entre ellos el gobernador de la colonia, Ambrosio Alfínger, y el vicegobernador, Nicolás Féderman, “cuyos padres fueron firmantes de la Confesión de Augsburgo” en 1530,[3] primera confesión de fe de la naciente Iglesia luterana. La presencia de estos mineros alemanes, los cuales provenían de Augsburgo, ciudad ganada al luteranismo, “hizo que el Consejo de Indias controlara estrictamente las expediciones y los territorios conquistados”[4] para evitar el ingreso y la proliferación de los herejes luteranos a la Nueva España.

 

         No se conocen indicios de alguna actividad proselitista por parte de estos luteranos alemanes ni la difusión de la religión reformada parece haber estado en sus planes. No obstante, marca el inicio de la llegada de individuos a Suramérica que en lo personal tenían convicciones religiosas protestantes y que con su presencia alimentaban el temor de la Iglesia católica y de la Corona española de que se trasladaran a América las ideas luteranas que estaban dividiendo a la cristiandad en Europa y debilitando el poder de la jerarquía católica en Europa. La implantación de la Inquisición en América en el siglo XVI respondió en parte a estos temores.

 

 

Protestantes franceses en Brasil

La primera experiencia de protestantes franceses cuyo objetivo era promover el cristianismo reformado y fundar una colonia al estilo de la Ginebra calvinista, se dio en las costas de la actual Río de Janeiro, Brasil, a mediados del siglo XVI. Expedicionarios franceses fundaron el “Fuerte Coligny” en 1555 en tierras dominadas por Portugal al Sur del continente. Dicha colonia fue promovida por Nicolás de Villegaigon, el cual había logrado embarcar al Nuevo Mundo a seiscientos hombres para realizar su aventura. Entre los miembros de la expedición se encontraban representantes de todos los sectores de la sociedad francesa, incluyendo esclavos fugitivos y criminales sacados de las cárceles que a cambio de su libertad y la promesa de grandes beneficios, engrosaron las filas de la expedición. ¿Qué se proponía hacer en Brasil Villegaigon? ―se preguntaba el antropólogo Claude Lévi-Strauss al visitar por primera vez el lugar en donde estuvo la colonia de sus compatriotas en el siglo XVI―, y él mismo se respondía:

 

“Fundar una colonia, pero también, sin duda, labrarse un imperio; como objetivo inmediato quería establecer un refugio para los protestantes perseguidos que desearan abandonar la metrópoli. Católico y probablemente librepensador, obtiene el patrocinio de Coligny y del cardenal de Lorena”.[5]

 

         En el mismo sentido, para el historiador francés Jacques Lafaye, esta primera colonia europea en la bahía de Río de Janeiro, llamada ambiciosamente la “Francia antártica”, fue también “la primera colonia protestante del Nuevo Mundo”.[6] Uno de los propósitos iniciales de sus fundadores era que esta colonia se convirtiera en un territorio-refugio para los protestantes franceses —llamados hugonotes— cuyo futuro era algo incierto en la Francia católica.[7]

 

          En 1556, un año después de llegar al continente americano y después de disolver una conspiración en la colonia y un intento de botín en su contra, Villegaigon vive una aparente conversión al protestantismo. Como un nuevo creyente de la fe reformada, recurre a Juan Calvino en Ginebra y al admirante Gaspard de Coligny, líder de los hugonotes franceses, con el fin de conseguir voluntarios protestantes que se sumaran a su colonia; personas con una moral más confiable y en las que pudiera tener mayor confianza. Su petición a las autoridades calvinistas de Ginebra incluía el envío de artesanos, mujeres para poblar la tierra y ministros religiosos que dieran atención espiritual a la colonia y establecieran una Iglesia y una organización social al estilo de la Ginebra calvinista.

 

         En esa colonia francesa se redactó, en 1558, la primera confesión de fe protestante hecha en América, 62 años antes de que los puritanos ingleses conocidos como Pilgrim Fathers (Padres Peregrinos) llegaran a Norteamérica en 1620 y fundaran la colonia de Plymouth, la primera colonia permanente en la Nueva Inglaterra.[8] Algunos de los 17 artículos de ese documento expresaban lo siguiente:

 

“1. Creemos en un solo Dios, inmortal e invisible, creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas tanto visibles como invisibles; el cual se distingue en tres personas, el Padre, el Hijo y el Santo Espíritu; que no son más que una misma sustancia en esencia eterna y una misma voluntad... Creemos que solamente es necesario adorar y perfectamente amar, orar e invocar la Majestad de Dios en sí, o particularmente.

         2. Adoramos a nuestro Señor Jesucristo, no separamos una naturaleza de la otra, sino que confesamos las dos naturalezas, a saber, divina y humana, inseparables en él.

         3. Creemos respecto al Hijo de Dios y al Santo Espíritu lo que la palabra de Dios y la doctrina apostólica y el símbolo nos enseña sobre ellos.

         4. Creemos que nuestro Señor Jesús vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, en forma visible y humana, como ascendió al cielo, y que ejecutará el juicio en la forma que nos predijo en San Mateo capítulo 25, teniendo todo poder para juzgar...

         7. Creemos que no hay otra consagración que la que se hace por el ministro, cuando se celebra la Cena: recitando el ministro al pueblo, en lenguaje conocido, la institución de la Cena, según la forma que nuestro Señor Jesús nos prescribió... Y como dice San Agustín, la consagración es la palabra de fe que se predica y recibe en fe...

         14. San Pablo, al enseñar que el Obispo debe ser marido de una sola mujer, no prohíbe con esto que después del fallecimiento de su primera mujer le sea ilícito volverse a casar. Sino que el santo apóstol reprueba la bigamia, a la cual se inclinaban grandemente los hombres de aquel tiempo...

         15. No es lícito prometer a Dios, sino lo que él aprueba. Ahora bien, es así que los votos monásticos no tienden más que a una corrupción del verdadero servicio de Dios...

         16. Creemos que Jesucristo es nuestro solo mediador, intercesor y abogado, por lo cual tenemos entrada al Padre... En cuanto a los santos difuntos... no nos debemos dirigir a ellos como intercesores para obtener algo, pues contravendríamos el mandato de Dios...

         17. En cuanto a los muertos, San Pablo, en la 1ª de los Tesalonicenses, capítulo 4, nos prohíbe entristecernos respecto a ellos, pues tal cosa conviene a los paganos, que no tienen ninguna esperanza de resucitar. El santo apóstol no ordena ni enseña orar por ellos, lo cual no se habría olvidado si hubiera sido necesario...”[9]

 

         Poco tiempo después de esta primera experiencia el admirante Coligny puso sus ojos en la Florida, la cual era reclamada por la Corona española. Entre 1562 y 1565, protestantes franceses lograron asentarse cerca del actual Cabo Cañaveral en donde fundaron Fort Caroline. Esta colonia —vista por los españoles como una “cueva de herejes”— fue destruida en 1565 por el capitán español Pedro Menéndez de Avilés. De sus más de mil habitantes sólo 24 que se declararon católicos y renegaron de sus ideas protestantes después de ser capturados salvaron la vida; los demás fueron muertos en batalla o asesinados después de su captura.

 

 

         Según Léonard, fueron estos los primeros protagonistas de la evangelización protestante en América y los primeros en fundar una institución educativa para preparar misioneros que trabajaran en las colonias holandesas en América. Su obra misionera, por lo menos en el caso de Brasil, se extendió a los indígenas, logrando algunas conversiones.[10] Esta colonia duró hasta 1654, año en el cual los holandeses fueron obligados por los portugueses a salir del país. En ella, su gobernador, Mauricio de Holanda, emitió un edicto con el cual se concedía la libertad religiosa en la colonia a todos aquellos que reconocieran el dominio holandés. Es muy probable —como afirma Agustín Batlle— que ésta haya sido la primera proclama sobre libertad religiosa en la historia de América Latina.[11]

 

 

El caso del Caribe

La región donde se presentó una mayor presencia europea no española desde el siglo XVII fue en el Caribe, pues, como dice el historiador Armando Lampe, “a partir de 1625 el Caribe pasó a ser la frontera de cuatro grandes imperios: España, Inglaterra, Holanda y Francia”.[12] Considerada como tierra de nadie y un lugar estratégico para el control marítimo entre Europa y América, se establecieron en la región colonias de estas naciones. Para Lampe,

 

“...el área del Caribe incluye el Caribe de habla española, abarca Cuba, República Dominicana y Puerto Rico; al Caribe de habla inglesa, tanto los territorios continentales de Guyana y Belice como los insulares de Jamaica, Trinidad y Tobago, Barbados, Granada, las Bahamas y las otras islas de habla inglesa; el Caribe de habla francesa, que consiste del territorio continental de la Guyana Francesa y de las islas Martinica, Guadalupe y San Martín; y el Caribe de habla holandesa, que comprende el territorio continental de Surinam y las islas de las Antillas neerlandesas y Aruba”.[13]

 

         A esta pluralidad de culturas y lenguas que se establecieron desde el siglo XVII, se agregó también la pluralidad religiosa. Junto a las comunidades católicas de varias de las islas, se establecieron también Iglesias anglicanas, metodistas, presbiterianas y bautistas en el Caribe inglés; Iglesias reformadas en el Caribe holandés; e Iglesias moravas en el Caribe holandés e inglés. La labor religiosa de los ministros protestantes que ahí se establecieron se dirigía básicamente a la atención de los colonos. Sólo hasta 1735 la Iglesia morava[14] organizó una labor sistemática de evangelización entre los esclavos negros que habían sido traídos de África para trabajar en las plantaciones. Para ese entonces, la población nativa (taíno-arowakos-caribes) había sido casi exterminada por los colonos europeos, lo que repercutía en una limitada fuerza de trabajo en las islas.[15]

 

         La diversidad de perspectivas teológicas en las colonias protestantes promovió una diversidad de prácticas sociales y coloniales, al igual que misioneras. En Surinam, por ejemplo, el protestantismo sólo era promovido entre las clases superiores,[16] debido en parte a que los pastores trabajaban exclusivamente con los colonos y no con la población nativa. El énfasis en la evangelización sólo fue preocupación de algunos grupos minoritarios o individuos que rompían con la perspectiva sobre la misión la cual no era prioritaria para los fundadores del protestantismo, quienes se preocuparon más por sobrevivir como movimiento en el siglo XVI.[17] Influidos por la ideología esclavista, colonos y misioneros protestantes justificaron la existencia de esclavos y un orden colonial basado en la esclavitud, “toda vez que consideraban la esclavitud como una disposición de Dios contra la cual no convenía rebelarse”.[18]

 

         Por otro lado, también se presentaron casos de protestantes antiesclavistas que entraron en pugna con los gobiernos coloniales. Uno de los más famosos en la historia del Caribe es el del pastor bautista William Knibb, quien trabajó en la isla de Jamaica con la población negra. Antes de la llegada de Knibb a Jamaica, se había fundado en 1783 una Iglesia Bautista Nativa, formada principalmente por esclavos negros; la cual había sido iniciada por un antiguo esclavo de Norteamérica quien fue el primer negro ordenado como pastor bautista en América, según un historiador. Esta Iglesia tendría un papel muy importante como foco de la resistencia activa contra la esclavitud en la Jamaica a la cual llegaría a trabajar años después el pastor Knibb. Impactado por las condiciones de vida de los esclavos y el trato que recibían de los anglicanos ingleses, Knibb jugaría un papel muy importante en la abolición de la esclavitud en Jamaica en 1830.

 

“Jamaica era la tierra de los plantadores, y Knibb era el capellán de los esclavos. A juicio de los primeros, pronto se convirtió en el gran obstáculo a su prosperidad; había emprendido la labor de revelar los castigos inflingidos a los esclavos. Willberfoce[19] le debe a Knibb de un modo particular los argumentos y los hechos que permitieron llegar (el 1º de agosto de 1830) a la ley de abolición de la esclavitud”.[20]

 

         En varias partes del continente, y tanto en el ámbito católico como protestante, se presentaron conflictos por diferencias ideológicas y teológicas al interior de las Iglesias. Estas diferencias se presentaron entre los propios misioneros, entre los misioneros y los feligreses de las clases altas cuando los primeros asumían posiciones críticas frente al sistema, y entre los misioneros y las clases bajas cuando los primeros se aliaban a las clases dominantes durante los conflictos sociales, etc. Sobra decir que ninguna Iglesia es homogénea ideológicamente, y esto es aun más palpable en las Iglesias protestantes; lo que explica la diversidad de posiciones, muchas veces opuestas, que con respecto a diferentes temas los protestantes han asumido desde el siglo XVI. Frente a los conflictos políticos o sociales, la pertenencia a una misma fe religiosa parece pasar muchas veces a un segundo plano. A esto se suman las diferencias teológicas; lo que permite encontrar en una misma Iglesia posiciones encontradas en cuanto a diversos temas o acontecimientos históricos. La dinámica que esto genera como pluralidad de pensamiento interno vuelve muy difícil cualquier generalización a la hora de tratar de explicar la posición ideológica de una Iglesia de cualquier confesión. La distinción entre lo que piensan los dirigentes, el clero, o la feligresía, es un factor importante que hay que tomar en cuenta a la hora de explicar algún proceso socio-religioso y el papel que jugaron los distintos sectores que conforman a todas las Iglesias.

 

 

Los procesos inquisitoriales

Una manera indirecta de conocer sobre la presencia de individuos que durante los tres siglos de Colonia sostenían o fueron acusados de sostener doctrinas protestantes es posible por los procesos de la Inquisición. En este sentido, los relativos pocos casos que se conocen en tres siglos de Colonia han sido interpretados generalmente en el sentido de que fueron muy pocos los protestantes que lograron ingresar a la Nueva España.

 

         Pero hay otra posibilidad de interpretación ¾y es por la que me inclino¾ la cual plantea que los procesos inquisitoriales no representan la totalidad de los casos de luteranismo que se presentaron durante la Colonia. Este mismo razonamiento se puede aplicar para el caso de los procesados por brujería, judaísmo, hechicería, etc. No me atrevería a afirmar que los únicos casos de brujería o hechicería durante la Colonia son los que aparecen en los archivos de los procesos inquisitoriales. Me parece que la realidad colonial fue más compleja y dinámica de lo que se piensa generalmente.

 

         Hay que tomar en cuenta que los tribunales de la Inquisición en América sólo fueron fundados 78 años después del descubrimiento de América, como es el caso de Lima (1570) y Ciudad de México (1571), y 118 años para el caso del tribunal que se estableció en Cartagena de Indias (1610), en la actual Colombia.

 

         Para el Santo Oficio, los principales sospechosos de herejía eran, por supuesto, los extranjeros; evidenciados por su fisonomía o por su habla. No obstante, sólo eran molestados cuando manifestaban abiertamente creencias protestantes o críticas contra la Iglesia católica; y para que esto se diera hacía falta un delator que los acusara ante un tribunal de la Inquisición. Mientras esto no sucediera cualquier heterodoxo podía llevar una vida más o menos normal, simulando prácticas y creencias católicas. Con el fin de hacer más eficaz la función inquisitorial, el Edicto de Fe con el que se promulgaba la fundación de un tribunal contenía, entre otras cosas, un apartado que daba criterios a la población y a los inquisidores para detectar a los sospechosos de herejía. En el punto sobre el luteranismo, el Edicto establecía:

 

Secta de Lutero. —O si sabéis o habéis oído decir que alguna o algunas personas hayan dicho, tenido o creído que la falsa y dañada secta de Martín Lutero y sus secuaces es buena, o hayan creído y aprobado algunas opiniones suyas, diciendo que no es necesario que se haga la confesión al sacerdote, que basta confesarse a sólo Dios, y que el Papa ni sacerdotes no tienen poder para absolver y que no ha de haber imágenes en las Iglesias, y que no hay purgatorio, y que no hay necesidad de rezar por los difuntos, y que no son necesarias las obras, que basta la fe con el bautismo para salvarse, y que cualquiera puede confesar y comulgar, uno a otro, debajo de entre ambas especies, pan y vino, y que el Papa no tiene poder para dar indulgencias, perdones ni bulas, y que los clérigos, frailes y monjas se pueden casar, o que hayan dicho que no ha de haber frailes ni monasterios, quitando las ceremonias de la religión, y que mejor y más perfecto estado es el de los casados que el de la religión, ni el de los clérigos ni frailes, y que no hay fiestas más [que] los domingos y que no es pecado comer carne en viernes, ni en cuaresma y en vigilias, porque no hay ningún día prohibido para ello; o que hayan tenido, o creído alguna o algunas otras opiniones del dicho Martín Lutero y sus secuaces, o se hayan ido fuera de estos reinos a ser luteranos”.[21]

 

         Al igual que los judíos, y como ya lo hemos anotado anteriormente, protestantes de diversas nacionalidades hicieron acto de presencia durante las primeras décadas al inicio de la Colonia. Así lo atestigua uno de los primeros estudiosos de la heterodoxia religiosa en la Nueva España, el historiador mexicano Julio Jiménez Rueda, quien en 1946 escribía:

 

“Estos comerciantes, viajeros o corsarios, son activos agentes de la doctrina protestante. Comienzan a destacarse en la vida mexicana hacia 1536. No son ingleses exclusivamente, pues los hay de varias nacionalidades; algunos han cambiado sus nombres y apellidos por otros españoles...”[22]

 

         De ser correcta esta información, llama la atención la fecha a la que hace referencia Jiménez Rueda; sólo 15 años después de que Hernán Cortés conquistara al imperio azteca. Las tres modalidades a las que hace referencia son igualmente importantes: comerciantes, viajeros y corsarios.

 

          En un afortunado intento por documentar la presencia de protestantes durante los tres siglos de dominación española, el historiador metodista Gonzalo Báez-Camargo publicó en 1960 un minucioso estudio sobre los procesos por luteranismo hechos por la Inquisición durante los siglos XVI, XVII y XVIII.[23] A la lista de 305 casos documentados, agregaba 58 más de procesados por sospecha de simpatizar con la herejía luterana. En este último rubro estuvieron españoles tan importantes como don Francisco de Aguirre, el conquistador de Chile, gobernador de Tucumán y también participante en la conquista del Perú.[24]

 

 

La literatura prohibida

Los procesos ligados a la posesión o difusión de libros prohibidos nos dan una mejor idea del control que la Inquisición pretendía lograr sobre la cultura y la difusión del pensamiento heterodoxo en Hispanoamérica. El libro ha sido desde el pasado un vehículo privilegiado para la difusión de las ideas en la cultura occidental. La invención de la imprenta de tipos móviles en Alemania en la segunda mitad del siglo XV, ligada al nombre de Johann Gutenberg, potenció este papel del libro como transmisor de las ideas, como bien lo aprovecharon los protestantes en el siglo XVI. Ya en el año de 1520 —uno antes de que Lutero fuera excomulgado— había ediciones en español de los escritos del reformador alemán, como sus Comentarios a la epístola a los Gálatas y su De la libertad del cristiano. En 1525 aparecía en Amberes, Bélgica, una traducción castellana de su famosa obra Servo arbitrio, que generaría una famosa polémica con Erasmo y con el humanismo que éste representaba. La difusión de estas traducciones al español de los escritos luteranos causaron preocupación a la Iglesia romana, lo que obligó a tomar medidas al respecto para evitar que circularan en España y en otros países católicos en Europa y América.

 

         La prohibición de la lectura y difusión de la Biblia en versiones no autorizadas por la Iglesia romana fue una práctica común de la Inquisición, ya que se temía que la lectura de ese libro hecha por un pueblo ignorante lo desviaría de la ortodoxia oficial. Clérigos como el famoso fray Bernardino de Sahagún opinaban “que ningún libro de los de la Sagrada Escritura, ni parte de él, ni capítulo ni parte de él traducido en la lengua vulgar, lo tenga otro ninguno que los predicadores de esta lengua”.[25] La posesión de una Biblia o su difusión, aun en versiones católicas, podía ser causa de un proceso ante la Inquisición, especialmente si eran ediciones hechas en países protestantes, las cuales generalmente eran impresas sin notas explicativas e interpretativas.

 

         Una de las medidas más importantes —aparte de la práctica de quemar libros prohibidos en la plaza pública para afirmar simbólicamente el poder de la Iglesia católica sobre asuntos de fe— fue la elaboración de varios índices de libros prohibidos (Index Librorum Prohibitorum), que como listas negras sirvieron a los inquisidores para procesar a quienes los difundían o los poseían. Ya en 1559 apareció uno en España, cinco años antes del Índice Tridentino o papal hecho público en 1564.[26]

 

“El Índice español y el romano siguieron siendo completamente distintos en las sucesivas actualizaciones y no era raro, por tanto, que libros que estaban prohibidos en el romano estuviesen permitidos en el español, y viceversa. Además, mientras el Índice romano no hacía distinciones entre obras totalmente censurables y obras que sólo lo eran en parte —prohibiendo todas por igual—, el español distinguía entre totalmente prohibidas y aquellas que podían publicarse y leerse suprimiendo solamente los párrafos censurables. Ligeramente expurgados vieron la luz numerosos libros, entre ellos el Lazarillo y el Quijote, lo que no hubiese ocurrido con los criterios del Índice romano. Las obras parcialmente censuradas fueron recopiladas en el Index Expurgatorius, publicado por primera vez en Amberes en 1571, bajo la dirección de Arias Montano”.[27]

 

         Con el paso del tiempo, nuevos índices actualizados aparecieron adaptados a las nuevas circunstancia: el Index Quiroga (1583), el Index Sandoval (1612), el Index Zapata (1632), el Index Sotomayor (1640), el Index Valladares-Marín (1707), el Index Pérez de Prado (1747) y el Index Rubín de Cevallos (1790). En el Índice Valdés —nos dice Jesús Alonso Burgos— apareció por primera vez “la censura a obras específicamente literarias”,[28] el cual incluía también los libros de caballería. Estos índices, por supuesto, operaban para América y eran una guía para los inquisidores y autoridades aduaneras que revisaban las naves que llegaban de la península a los puertos de la Nueva España. Una especie de manual de la Inquisición daba instrucciones al personal encargado en los puertos sobre cómo registrar las embarcaciones y en qué había de tener especial cuidado:

 

“7. Ítem, si en el dicho navío vienen algunas imágenes, o figuras de Santos, de Papas, Cardenales, Obispos, Clérigos, y Religiosos, indecentes y ridículas, de mala pintura, o libros prohibidos, como Biblias en cualquiera lengua vulgar, o otros de las sectas de Lutero, Calvino y otros herejes, o de los prohibidos por el Santo Oficio de la Inquisición, o cualesquiera otros que vengan por registrar, y escondidos, o sin licencia del Santo Oficio.

         8. Ítem, ...porque el estilo ordinario de los herejes, es poner escondidos los libros entre ropas y mercadurías, y embarcándolos en navíos de católicos que vienen a estas partes, esparcirlos y hacer el daño que pretenden con ellos. Pero esto se ha de hacer con suma templanza y moderación, y sin violencia alguna”.[29]

 

         A pesar del control de las autoridades, la literatura heterodoxa entraba a las colonias burlando la estricta vigilancia; pues como nos dice Elías Trabulse, los eruditos y los bibliófilos nunca carecieron de aquellas obras publicadas en cualquier parte de Europa que les permitían satisfacer su curiosidad o su manía. En este sentido —continúa Trabulse—, “el comercio libresco mostró tener un agudo carácter internacional y cosmopolita; y el contrabando no le fue a la zaga en esta característica ya que, favorecido por la corrupción, medró eficazmente a costa de ese y de otros lucrativos renglones del comercio entre Europa y América desde el siglo XVI”.[30]

 

         La propaganda protestante no sólo provino de Europa en tiempos de la Colonia. Hubo por lo menos un caso de propaganda calvinista hecha desde Norteamérica por Cotton Mather (1663-1728). Este ministro religioso no católico publicó en 1699 un catecismo en español con el título La fe del cristianismo, y cuyo fin explícito era su distribución en las colonias novohispanas para promover la fe protestante. Según la historiadora Cristina Camacho, este texto es “el único documento redactado en español en las colonias inglesas del que se tiene noticia hasta ahora”.[31]

 

         La literatura heterodoxa en Latinoamérica fue muy variada y no se limitó a la que contenía doctrinas protestantes, como bien lo han documentado los trabajos de Margarita Peña, La palabra amordazada. Literatura censurada por la Inquisición,[32] y de Pablo González Casanova, La literatura perseguida en la crisis de la Colonia.[33] Estas obras aportan una perspectiva más amplia sobre la historia de las ideas durante la Colonia y cómo se expresaron éstas a pesar del clima de represión que la Inquisición implementó contra la heterodoxia.

 

         Por otro lado, Luis González Obregón escribía en 1914 que a pesar de la persecución a la literatura prohibida se permitió circular otro tipo de literatura no considerada como herética. Este fue el caso —decía González Obregón— de los clásicos profanos, pues “repetidas veces se verán mencionadas las obras de Homero, Plutarco, Virgilio, Cicerón, Ovidio, Marco Aurelio, Lucano y Terencio; y se verá cómo era popularísimo el Ariosto y muy común la lectura de las obras del Petrarca y de Camoens. Clásicos hispanos venían a porrillo en las flotas...”[34]

 

         La Inquisición fue suprimida en España en 1843 después de un intento fallido en las primeras Cortes liberales de España, conocidas como “Cortes de Cádiz” (1810-1814).[35] Las luchas de independencia en Hispanoamérica y los nuevos gobiernos que de ahí emergieron, provocaron también la destrucción definitiva de ese aparato represivo en América Latina, el cual funcionó durante los casi tres siglos de colonia española. Si bien la Inquisición no pudo evitar el ingreso al Nuevo Mundo de protestantes que llegaron con los más variados propósitos, así como de Biblias y libros protestantes, es un hecho que fue efectiva al impedir que el protestantismo se arraigara en tierra firme y asumiera el carácter de un movimiento organizado. Habría que esperar hasta el siglo XIX y al surgimiento de repúblicas independientes de la corona española, así como a la influencia del pensamiento liberal latinoamericano que promovió la tolerancia religiosa, para que esto se diera. La historia de la tolerancia en cada país siguió caminos y tuvo tiempos distintos, como lo atestigua la historia de América Latina en los últimos doscientos años.

 

 

El papel de la Biblia

Todavía no ha sido valorado suficientemente el papel que ha jugado la Biblia en la difusión del protestantismo desde el siglo XVI. La historia de esta rama del cristianismo es inconcebible sin la Biblia, la cual ha llegado a ser un distintivo por el papel que juega en la vida personal y comunitaria en la mayoría de estas Iglesias.

 

         En este sentido, no es extraño encontrar que la difusión de la Biblia en lengua popular fue la primera actividad en ese proceso que hemos llamado aquí “la evangelización protestante en Latinoamérica”. Y que la lectura de ese libro haya traído como consecuencia una actitud crítica hacia las prácticas de la Iglesia romana por parte de sacerdotes y laicos católicos con inquietudes espirituales que no pocas veces los hizo más receptivos hacia las doctrinas protestantes. Casi en todos los países latinoamericanos hay ex sacerdotes en los orígenes de los protestantismos nacionales, para los cuales la lectura directa de la Biblia revolucionó su manera de pensar y comprender la fe cristiana.

 

 

Los colportores bíblicos

Los principales actores en la difusión de la Biblia en Latinoamérica en el siglo XIX fueron los llamados “colportores”. Estos viajeros jugarán un papel muy importante como difusores de la literatura bíblica, y con ella, de la lectura popular al poner libros a bajo costo en las manos de los pocos lectores que había en el siglo XIX. Con la difusión de la Biblia, los colportores también difundían otra forma de ver la fe cristiana que entraba en oposición a las formas tradicionales que el pueblo conocía. Así lo comenta Émile G. Léonard en 1967 en su monumental obra sobre la Historia general del protestantismo:

 

“Debemos observar que si pudo propagarse la Biblia, es porque podía ser leída y comprendida; lo podía, gracias a la enseñanza cristiana que había logrado sembrar el catolicismo, pero que no había logrado desarrollar. Por otra parte, con frecuencia ha bastado la Biblia para que aparecieran personalidades protestantes. No es un caso único la historia que cuentan algunos misioneros: de gira por una región agrícola, les detienen unos agricultores; les explican que han leído una “Biblia protestante”, que la han comparado con una “Biblia católica”, que no todo lo han entendido claramente, que varios puntos continúan oscuros; entonces el misionero explica, comenta, les hace cantar himnos, reza. Antes de partir bautiza a los que lo desean: quedan colocados los fundamentos de una ‘congregación’. ¿No es esto ya una Iglesia? Unos años después vuelve el misionero: la congregación sigue en pie, con nuevos prosélitos. Ya sabemos que el papel de los “buhoneros” en tiempos de la Reforma consistió, sobre todo, en dejar una Biblia allí por donde pasaron”.[36]

 

         Efectivamente, la difusión de la Biblia jugó un papel fundamental para el surgimiento de las primeras Iglesias protestantes en Latinoamérica. Y no es raro enterarse que ahí donde se fundaba una congregación y se establecía un templo protestante había llegado antes un ejemplar de la Biblia, muchas veces llevado por estos olvidados promotores llamados colportores. No es posible dar cuenta en este espacio de los muchos casos en los que así surgieron grupos cristianos no católicos por toda Latinoamérica, que después se convertirían en Iglesias organizadas que tomarían el nombre de alguna de las ramas del protestantismo.

 

         Los primeros colportores fueron enviados a Hispanoamérica por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, fundada en Inglaterra en 1804, y por la Sociedad Bíblica Americana, organizada en 1816. Ya en 1806 la Sociedad Bíblica inglesa había enviado a uno de sus representantes a Sudamérica, el colportor David Creighton que trabajó en Montevideo; no obstante, el representante no oficial más importante de esa institución al iniciar el siglo XIX fue el escocés Diego Thomson (1788-1854).

 

         Thomson realizó su actividad misionera por casi toda América Latina —incluyendo algunas islas del Caribe— como puede verse en su correspondencia escrita durante ese período.[37] No obstante, a la par de promover la lectura de la Biblia como colportor vinculado extraoficialmente a la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, su principal carta de presentación pública fue como educador. Thomson introdujo por primera vez en varios países suramericanos el sistema lancasteriano de educación que llegó a ser tan famoso en el siglo XIX.

 

         Después de su estancia en la Argentina, y a invitación expresa del gobierno chileno dirigido por el general Bernardo O´Higgins, Diego Thomson se trasladó a Santiago de Chile donde fundó varias escuelas lancasterianas y continuó promoviendo la lectura de la Biblia; de hecho, las escuelas lancasterianas que organizó con el apoyo de los gobiernos argentino, chileno y peruano, utilizaban cartillas hechas con porciones de la Biblia para alfabetizar. La siguiente tabla muestra el itinerario de su recorrido por Latinoamérica.

 

 

Las primeras iglesias denominacionales en hispanoamérica

El trabajo de los colportores fue continuado generalmente por misioneros que, ya sea por su contacto con grupos cristianos no católicos ya existentes en algunos países o porque iniciaban ellos mismos la evangelización protestante en algunos lugares, consolidaron un proceso de institucionalización de nuevas Iglesias y de arraigo del protestantismo denominacional. Varias fueron las denominaciones que se establecieron a lo largo y ancho del continente latinoamericano a fines del siglo XIX y principios del XX: luteranos, presbiterianos, menonitas, metodistas, anglicanos, bautistas, adventistas, cuáqueros, congregacionales, pentecostales, etc.

 

         Como expresión de una característica propia, el protestantismo se introdujo a Latinoamérica con la misma pluralidad que lo ha caracterizado desde sus orígenes. Iglesias de todas las confesiones teológicas, ideológicas y cúlticas, empezaron a proliferar en todos los países de América Latina al amparo de nuevas leyes que garantizaban la tolerancia y la libertad religiosa. La historia de las distintas Iglesias protestantes-evangélicas en cada país es un tema en sí mismo que recién se empieza a conocer gracias a las investigaciones que desde las ciencias sociales y las humanidades se realizan hoy día.

 

         Por lo expuesto en la primera parte de este texto, queda claro que la mayoría de los protestantes que por diversos motivos llegaron al Nuevo Mundo desde el siglo XVI corresponde a eso que los historiadores han llamado “protestantismo de inmigración”; primeramente en la zona del Caribe. La migración de grupos étnicos de religión protestante a tierra firme se dio básicamente en el siglo XIX al amparo de nuevas leyes promovidas por gobiernos liberales de países como Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina.

 

         Pero no fue ese protestantismo el que realizó la evangelización protestante en el continente latinoamericano. Por razones que ya hemos expuesto anteriormente, el proselitismo religioso no estaba en sus objetivos principales; y en no pocos casos, su ingreso al continente estaba condicionado por los gobiernos que los recibían a no hacer proselitismo entre los católicos, aunque se les garantizaba la tolerancia de cultos dentro de sus colonias y sus templos como sucedió en Suramérica durante el siglo XIX.[38] Colonias luteranas en Brasil, Argentina y Chile, valdenses en Uruguay y Argentina,[39] y menonitas en Paraguay, etc., serán algunas de las comunidades de inmigrantes europeos que llegaron a Latinoamérica trayendo creencias y prácticas cristianas distintas a las católicas. Su llegada generó en algunas partes polémicas entre conservadores y liberales sobre las implicaciones para un orden jurídico que protegía y privilegiaba a la poderosa Iglesia católica que veía como un peligro la llegada de “herejes” a tierras bajo su influencia. Algunos de los temas a debate tenían que ver con asuntos de la vida cotidiana: ¿quién reconocería sus matrimonios?, ¿dónde enterrarían a sus muertos?, ¿en qué condiciones podrían practicar su religión sin ser molestados?[40]

 

         Tanto el protestantismo de inmigración como el protestantismo promovido por misioneros extranjeros y latinoamericanos, sólo se arraigó en el continente después de las guerras de Independencia de 1810-1824. El papel de los liberales y los valores que promovían, como el de libertad de conciencia y tolerancia religiosa, fueron fundamentales para la difusión y el establecimiento de las Iglesias protestantes y otros grupos religiosos minoritarios.

 

         Por otro lado, ya hemos comentado sobre la llegada temprana de colonos protestantes a las islas del Caribe; principalmente ingleses y holandeses, los cuales se establecieron desde el siglo XVII a raíz de que la armada española perdió el dominio sobre el océano Atlántico que había mantenido por más de un siglo protegiendo sus colonias americanas. La siguiente tabla muestra algunas de las primeras Iglesias protestantes que se establecieron en el Caribe a la par de las colonias no españolas.

 

Iglesias y organismos misioneros protestantes en el Caribe, siglo XVII-XIX

___________________________________________________________________

1623-35

anglicanos

Caribe Oriental

1655

anglicanos

Jamaica

1667

Iglesia Reformada

Surinam

1732

hermanos moravos

Saint Thomas

1735

hermanos moravos

Surinam

1735

moravos

Guyana Holandesa

1783

bautistas

Jamaica

1776

anglicanos

Belice

1797

anglicanos

Trinidad

1822

bautistas

Belice

1824

metodistas

Belice

1874

anglicanos

Puerto Rico

1883

metodistas

Cuba

_________________________________________________________________

 

         La situación en tierra firme tuvo otra historia, la cual recién está siendo investigada en cada país. Influido por el avivamiento misionero protestante de finales del siglo XIX, el trabajo de las juntas misioneras se incrementó en Latinoamérica, principalmente el de las norteamericanas, aunque también hubo inglesas y escocesas.[41]

 

 

El arraigo del protestantismo en el siglo XIX

En el siglo XIX, la obra misionera de las Iglesias protestantes en Latinoamérica se desarrolló de diversas maneras e incluyó tanto esfuerzos individuales como institucionales. Antes de que llegaran los misioneros profesionales en la segunda mitad del siglo XIX, apoyados por alguna de las diversas denominaciones protestantes u organismos misioneros, llegaron los libros y las ideas religiosas heterodoxas que encontraron simpatizantes entre la población; especialmente entre los sectores más radicalizados del liberalismo. A esto se suma el contacto de viajeros latinoamericanos con países protestantes y todas las noticias que de éstos llegaban a Latinoamericana por las más diversas vías.

 

         Como ya lo comentamos, la difusión de la Biblia y de las comunidades protestantes a lo largo y ancho de América Latina, fue facilitada por el triunfo de las revoluciones de independencia. Los gobiernos que de ahí surgieron no cambiaron de la noche a la mañana la situación de privilegio que la Iglesia católica había tenido por siglos. No obstante, se introdujo la idea de la tolerancia religiosa, y con ella, la posibilidad de practicar otros cultos, aunque de forma privada. El aumento o disminución de los espacios de libertad, se dio de manera distinta en cada país latinoamericano, lo que influyó directamente en la lenta o rápida proliferación de los grupos no católicos.

 

         Por otro lado, antes de que llegaran los misioneros extranjeros, representantes de las juntas misioneras y las denominaciones protestantes, hubo lugares —como en México— en los cuales ya había individuos y grupos religiosos disidentes del catolicismo, que sin llamarse protestantes o asumir un nombre denominacional simpatizaban con esas doctrinas. Esto facilitó el trabajo de algunos misioneros extranjeros al momento de llegar a México en la década de los años setenta del siglo XIX para iniciar actividades de proselitismo religioso. Sin ser los únicos, mencionaremos casos que muestran cómo se arraigó e institucionalizó el protestantismo en dos países, lo cual exige ampliar la perspectiva tradicional sobre la historia de estas Iglesias en las naciones al Sur de Río Bravo. Aquélla perspectiva que sitúa a los misioneros extranjeros en el centro de todo el proceso de la evangelización protestante en Latinoamérica.

 

         Es un hecho que el “gran despertar” del movimiento misionero protestante del siglo XIX que se dio a nivel mundial dio un nuevo impulso a la evangelización protestante en Latinoamérica que ya se había iniciado décadas antes. En primer lugar, porque llegaron nuevos misioneros extranjeros a contactar y reforzar los brotes de grupos no católicos ya existentes —como fue el caso de México y Cuba—; y en segundo lugar, porque ahí donde no había simpatizantes de las ideas protestantes estos misioneros abrieron brecha y pusieron los cimientos para el surgimiento de nuevas Iglesias no católicas. Es importante mencionar que la labor de los misioneros extranjeros dependió más de los protestantes latinoamericanos de lo que se acostumbra reconocer. Ahí donde el misionero extranjero no encontraba respuesta local e individuos dispuestos a comprometerse con la nueva fe al lado de los misioneros, le cerraba las puertas a éste para justificar su petición de recursos para financiar su estadía, para adquirir o construir templos, o financiar escuelas. El factor económico de las misiones protestantes requeriría un estudio más amplio en otro lugar, pues se expresó también en varios modelos. Desde los misioneros que dependían totalmente de recursos externos para sobrevivir, hasta quienes realizaron obra misionera sin recibir ningún apoyo económico externo, teniendo que conseguir su propio sostén económico (misiones de fe). A esto se agregan las diferencias que se hacían entre los misioneros extranjeros y los misioneros y ministros latinoamericanos a la hora de definir presupuestos y salarios, antes y después de que se fundaran las Iglesias protestantes nacionales en América Latina en el siglo XX.

 

         Hasta ahora, parece imperar una perspectiva historiográfica que considera que las Iglesias protestantes en Latinoamérica fueron fundadas exclusivamente por misioneros extranjeros y que después estas Iglesias fueron dejadas a los nuevos convertidos nacionales con el paso del tiempo. Si bien este modelo se dio en muchos lados, es un hecho también que hubo otros casos en los que participaron activamente los propios latinoamericanos, cuyas simpatía o conversión a las doctrinas protestantes ya existía antes de entrar en contacto con los misioneros extranjeros del protestantismo denominacional. La introducción del protestantismo a Latinoamérica no puede ser explicada a partir de un patrón único ni sólo debido única y exclusivamente a los misioneros extranjeros. La dinámica histórica va más allá de las explicaciones que omiten el papel activo de los sujetos sociales cuando éstos entran en contacto con ideologías y prácticas culturales de otros países. La circulación de las ideas y las convicciones religiosas se articula a procesos históricos y culturales que no necesariamente se limitan a las instituciones religiosas. El mundo de las convicciones personales y sus modificaciones internas sobrepasa las fronteras de las instituciones (las Iglesias, por ejemplo), y las culturas.

 

         No existió un modelo único de evangelización protestante en los siglos XIX y XX; como tampoco el perfil de los misioneros que llegaron fue homogéneo. Misioneros escoceses, ingleses y norteamericanos posteriormente, promoverán estilos diversos de trabajo. La variedad ideológica y teológica de éstos será un factor clave para entender mejor la diversidad con la que se constituyeron los protestantismos latinoamericanos.[42] El surgimiento de Iglesias protestantes nacionales fue apresurada o retardada según el tipo de mentalidad misionera que existió en las distintas Iglesias, y según la toma de conciencia y el nivel de compromiso que asumían en lo individual los protestantes latinoamericanos.

 

 

El caso de México

Es un hecho que la religión reformada no se habría arraigado en Latinoamérica sin los disidentes del catolicismo que hicieron suyas las doctrinas protestantes. La explicación exógena o conspiradora no es suficiente para dar cuenta de un fenómeno cultural como el de la mutación religiosa que implica procesos de conversión y cambios mentales que exigen la participación activa y consciente de los sujetos sociales. Como sucedió en Europa, dentro de la Iglesia católica en Latinoamérica hubo también clérigos disidentes de la ortodoxia religiosa defendida por las autoridades eclesiásticas. En este sentido, es muy común encontrar a ex curas en las primitivas Iglesias protestantes que se establecieron a lo largo y ancho del subcontinente latinoamericano. Esto evidencía un proceso similar al que se presentó en Europa con la difusión de la Reforma religiosa del siglo XVI: clérigos y laicos católicos inconformes con las prácticas o la teología de su Iglesia, a la par del contacto con la literatura y con los portadores de las ideas protestantes que llegaban de otros países promoviendo las nuevas doctrinas entre la población.

 

         Un caso de interés histórico que ilustra este proceso se dio en México en la segunda mitad del siglo XIX durante el gobierno de Benito Juárez y cuando las Leyes de Reforma del régimen liberal estaban siendo implementadas. Sacerdotes católicos identificados con la política religiosa del gobierno liberal juarista intentaron crear una Iglesia Católica Mexicana separada de Roma. Este movimiento fue promovido principalmente por sacerdotes, los cuales fueron conocidos como “Padres constitucionalistas” por su defensa de la Constitución liberal de 1857. Un manifiesto de esta nueva Iglesia nacional fue reproducido en el periódico liberal Monitor Republicano el 5 de octubre de 1861, en el cual se afirmaba:

 

“En la ciudad de México, a los quince días del mes de agosto del año de mil ochocientos cincuenta y nueve, deseando la observación verdadera de la sana y justa doctrina de Jesucristo que tantos bienes ha dado y dará al universo, y que por la costumbre del clero y su disciplina parece más bien una secta errónea; reunidos bajo la protección del Espíritu Santo, los presbíteros cristianos católicos, Rafael Díaz, Juan Nepomuceno Enríquez, Juan Francisco Domínguez, Manuel Aguilar, Manuel Estrada, Cristóbal González Ríos; a nombre de los demás hermanos que están fuera de la capital:

         Considerando, que los abusos de los prelados y alto clero de la nación, que no respetan ni las Santas Escrituras, ni los Cánones, ni los Concilios, que por su sórdido interés [en] los bienes temporales son la causa del desorden y revolución social.

         Considerando, que el arzobispo ha sido el primero en desprestigiar al clero mexicano, introduciendo en él la división y provocando así el desafecto de los fieles a los ministros, sin que haya sabido ni corregirlo, ni defenderlo...

         Considerando, que las farisaicas e incendiarias pastorales del Sr. Garza y demás obispos de la nación han engendrado odio al clero, que debía haber reformado ya con medidas sabias y canónicas.

         Considerando, en fin, que estos desaciertos son el origen de tanta desmoralización y desenfreno que perjudican a toda la sociedad, convencidos de que estos males se calmarán con la reforma civil y religiosa, hemos acordado nombrar por nuestro representante ante el gobierno legítimo de Veracruz, con todas las facultades necesarias, al presbítero D. Rafael Díaz, a fin de que, manifestándole nuestros sentimientos y deseos al supremo gobierno, tenga a bien apoyarnos y autorizarnos con su consentimiento, para promover las reformas y convocar sacerdotes pacíficos, que reconociendo en todo al supremo gobierno, sometiéndose a la constitución y leyes que de ella emanen, nos ayudan alarmadas por las predicaciones sediciosas de los falsos ministros, y de esta manera cooperemos al reconocimiento del gobierno nacional, al establecimiento de la paz y a Jesucristo, que fue pobre, humilde, indulgente y amable, no cruel, tirano, rico y vengativo como lo representan los prelados de México.

         Encargamos muy particularmente a nuestro comisionado, le presente al Exmo. Sr. Presidente nuestros cordiales respetos y consideraciones y que hay otros muchos eclesiásticos de nuestras mismas ideas, que no se declaran por no perder sus destinos y por no sufrir la persecución de los prelados; pero que lo harán luego que se establezca la reforma y haya seguridad.

         Juan Nepomuceno Enríquez, Juan Francisco Domínguez, Manuel Aguilar, Manuel Estrada, Cristóbal González Ríos”.[43]

 

         El apoyo del régimen liberal juarista a este movimiento no se hizo esperar, principalmente después de que se cerrara la posibilidad de llegar a un acuerdo con la jerarquía católica sobre las Leyes de Reforma que el gobierno impulsaba. En una carta del 25 de octubre de 1859 dirigida a uno de los líderes de los padres constitucionalistas, el sacerdote Rafael Díaz Martínez, Melchor Ocampo transmitía un mensaje del presidente Benito Juárez en el que le manifestaba la simpatía del gobierno por el grupo de clérigos que intentaban formar una Iglesia católica nacional anteponiendo los intereses de la República.

 

“Secretaría de Estado y del Despacho de Gobernación.

El Excelentísimo Sr. Presidente, que desea no sólo que nadie sea perseguido ni molestado, ni mucho menos el clero de la República, ...sino que además quiere que persona que conozca su buena voluntad y rectas intenciones, y que tenga al mismo tiempo facilidad de ponerse en contacto con las personas que componen dicho clero, se ocupe de esto, nombra a usted su agente general...

         Para personas de miras tan elevadas como las de usted, no creo deba ofrecerse mejor recompensa que la satisfacción de la propia conciencia, la consideración y apoyo de las personas sensatas y el buen nombre dejado a una posteridad que lo bendecirá por el beneficio que en esto haga al desgraciado México. Se cuidará, sin embargo, de auxiliar los trabajos de usted cuando la ocasión se presente. Acepte usted las consideraciones de mi aprecio y atenta consideración.

         Dios y Libertad. H. Veracruz, octubre de 1859.- OCAMPO.- Sr. Presbítero Díaz Martínez. Presente”.[44]

 

         El proyecto de formar una Iglesia Católica Mexicana no prosperó debido a varios factores; aun así, es un antecedente importante para nuestro estudio, ya que varios de sus líderes se pondrán en contacto con algunas denominaciones protestantes de Norteamérica para buscar apoyos que permitieran fundar Iglesias protestantes al amparo de las Leyes de Reforma. La denominación que fue vista con más simpatía por los padres constitucionalistas fue la Iglesia Episcopal, de tradición anglicana. A través del representante de esta Iglesia, el misionero Henry Riley, la Iglesia Episcopal compró algunos de los templos que habían sido nacionalizados por el gobierno a la Iglesia católica para ser usados por esta nueva Iglesia mexicana, entre ellos el templo de San Francisco, al que según algunas fuentes históricas protestantes acostumbraba acudir los domingos con su familia el presidente Benito Juárez.[45] En este sentido, es conocida la simpatía del Benemérito de las Américas por el protestantismo, según lo había dejado registrado el educador Justo Sierra en su obra Evolución política del pueblo mexicano. Cuenta Sierra que Juárez le había comentado en una ocasión: “Desearía que el protestantismo se mexicanizara conquistando a los indios; éstos necesitan una religión que los obligue a leer y no les obligue a gastar sus ahorros en cirios para los santos”.[46] Otro comentario de Juárez en el mismo sentido aparecía testimoniado en una historia del metodismo en México escrita por el misionero John Wesley Butler: “Del desarrollo del protestantismo —decía Juárez— depende la futura felicidad y prosperidad de mi nación”.[47]

 

         Junto al movimiento que lideraban los padres constitucionalistas, existían otros grupos cristianos no católicos dirigidos por laicos como Arcadio Morales y Sostenes Juárez. El primero se integrará junto con sus seguidores a la Iglesia presbiteriana, llegando Morales a ser ordenado pastor de esta Iglesia en 1874. Arcadio Morales será una figura clave para la consolidación de la posterior Iglesia Nacional Presbiteriana; lo que significa también que el presbiterianismo se estableció en México a partir de que logró atraer a algunos de los pequeños grupos religiosos no católicos que ya existían antes de la llegada de los misioneros extranjeros de esta denominación.[48]

 

         Por otro lado, Sostenes Juárez, un liberal masón simpatizante de las doctrinas protestantes, había promovido en 1885 un movimiento de laicos conocido como Sociedad de Amigos Cristianos, o también como Comité de la Sociedad Evangélica.[49] Al iniciar la difusión de sus nuevas convicciones religiosas —nos dice Daniel Kirk— Sostenes Juárez promovía reuniones en el número 21 de la calle de San José del Real. “Lo primero que hizo fue mandar unas tarjetas a los «liberales rojos» invitándoles a su culto. Llegaron cuatro o cinco y después de un tiempo asistían quince o dieciocho personas al culto de los martes y unos cincuenta o sesenta los domingos”.[50] Sostenes Juárez se haría posteriormente miembro de la Iglesia metodista junto con el grupo evangélico que había formado. Sobre este tema, nos dice el historiador Rubén Ruiz Guerra:

 

“Todos, o casi todos, estos intentos coincidieron con tentativas de los grupos liberales por establecer la tolerancia religiosa en México. A esos grupos se dirigieron los misioneros. Cuando John W. Butler evaluó el trabajo misionero de nuestro país señaló que «muchas congregaciones protestantes encuentran su origen» en estos trabajos. Es más, del grupo de sacerdotes «constitucionalistas» surgieron los primeros predicadores protestantes mexicanos”.[51]

 

         Al mismo tiempo, otros grupos de cristianos no católicos se desarrollaron también en varios estados de la República mexicana; a los nombres de Arcadio Morales y Sostenes Juárez habría que agregar el de otros líderes de grupos no católicos como Marcelino Guerrero, Juan Amador, Brígido A. Sepúlveda y Felipe de Jesús Pedroza.[52] Varios de esos grupos se convertirían posteriormente en las primeras Iglesias denominacionales del protestantismo mexicano: presbiterianas, metodistas, bautistas, congregacionales, etc. Esto explicaría en parte la existencia de una gran cantidad de Iglesias protestantes a los pocos años de que los representantes de las diversas juntas misioneras se establecieran en México. La mayoría de los primeros misioneros extranjeros llegaron alrededor de 1872 al amparo de las Leyes de Reforma, casi todos sin hablar español; como se puede ver en la siguiente tabla, a los tres años de su llegada ya reportaban 125 congregaciones, siete años después el número casi se duplica (véase la dinámica de crecimiento y los años que pasan).

 

Congregaciones protestantes en México, 1875-1910

Año

1875

1882

1888

1892

1897

1903

1910

Número

125

239

393

469

600

550

700

Fuente: Jean-Pierre Bastian, Los disidentes: Sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911,

México, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 320.

 

         Dadas las características de cómo se estableció y difundió en México el protestantismo denominacional —que no hay que confundir con la difusión previa de las ideas protestantes o el protestantismo de inmigración—, podemos decir que en algunos casos los misioneros extranjeros sólo llegaron a darle nombre a Iglesias o grupos locales ya existentes fundados por mexicanos. Para entender la particularidad del surgimiento del protestantismo en México es necesario tomar en cuenta la Reforma liberal juarista que promovió las Leyes de Reforma, las cuales fueron pronto elevadas a rango constitucional.[53] Fue al amparo de estas Leyes, al establecimiento de la libertad de cultos y a la separación Iglesia-Estado, que las Iglesias protestantes pudieron arraigarse aun en contra de los