ESCENARIOS DE LA PRESENCIA EVANGÉLICA EN COLOMBIA,
1991-2001*
Pablo Moreno P.**
Cuando
hablamos de escenarios de la presencia evangélica, queremos referirnos a los
campos de la sociedad en los que las iglesias evangélicas de Colombia han hecho
presencia. En esta oportunidad, analizaré esta presencia en los campos
religioso, social y político.
He tomado un período de 10 años, la
década del 90, porque marcó un hito en la historia de los evangélicos en
Colombia y porque para el campo político significó la irrupción de las minorías
sociales y religiosas, antes ausentes de toda participación abierta con ciertas
garantías legales. No sólo para los evangélicos de Colombia esta década marcó
un hito, sino también para los evangélicos en América Latina. En un libro
publicado en 1991 por la Fraternidad Teológica Latinoamericana se daba cuenta
de éste hecho histórico, y se mostraban como ejemplos a Brasil, Chile, El
Salvador, México, Nicaragua, Perú y Venezuela. Curiosamente, en Colombia
también comenzaba este proceso, aunque en el libro antes citado no aparece
ninguna reflexión sobre nuestra experiencia. Esa, por cierto, ha sido una de
nuestras deficiencias: la ausencia de una reflexión autocrítica y prospectiva
sobre el tema.
El título del libro al que hacemos
referencia es De la marginación al compromiso. Los evangélicos y la
política en América Latina,[1] en el que se subraya la importancia del cambio o del
salto cualitativo dado por los evangélicos en esta década en cuanto a lo
político. Pero al mismo tiempo, y sin desmeritar el contenido del libro, el
título nos encubre una realidad. ¿Acaso los evangélicos no hacían presencia
política antes de los 90?, ¿es que no hubo compromiso social en las décadas
anteriores?
No es necesario en esta oportunidad
hacer memoria de la presencia evangélica en lo social y lo político durante el
siglo XIX, por medio de sus escuelas y colegios, la cooperación con los
liberales y hasta con los masones. No voy a insistir en la importancia de la
lucha librada durante la primera mitad del siglo XX por los derechos civiles,
los matrimonios civiles, la difusión de escuelas, la fundación de cementerios
civiles y la participación política con sectores liberales disidentes.
Tampoco vamos a entrar en detalle sobre
los esfuerzos por organizarse políticamente después de los años 60s, apoyando
diferentes expresiones políticas, partidistas y no partidistas, o desarrollando
un impacto social a través de organizaciones no gubernamentales cristianas como
Visión Mundial y Compasión Internacional, que comenzaron a trabajar al lado de
las Iglesias evangélicas en proyectos de asistencia social y desarrollo
comunitario.
No podemos negar que estos antecedentes
han dejado huella y una herencia en la historia de las Iglesias evangélicas en
Colombia. Herencia que a veces ha sido poco apreciada por quienes hoy estamos
protagonizando esa nueva participación social y política en esta república
suramericana. Esto merece una exposición aparte, pero lo cito para refrescar
nuestra memoria colectiva y rediseñar la percepción que tenemos de nuestro
quehacer actual. Tal vez esa memoria nos permita valorar adecuadamente el
pasado y sopesar con madurez y responsabilidad nuestros alcances en el futuro
inmediato. En esta ocasión, quiero presentar lo que considero los tres
escenarios de presencia evangélica durante la última década, así como su
impacto y proyección. Luego haré una evaluación en relación con la problemática
de la paz en Colombia.
No
es difícil constatar que el crecimiento de los evangélicos en las últimas
décadas es una realidad. A principios de los años 60s sólo eran el 0.43% de la
población; es decir, más o menos 85.000 evangélicos entre 19 millones de
habitantes. Hoy día, algunos se animan a decir que la comunidad evangélica está
formada ya por el 10% de la población, aunque cifras más moderadas dicen que
estamos llegando a un 5% entre 40 millones de habitantes. Este es un asunto que aun no logramos asimilar con el
equilibrio y la sobriedad que se requiere. El triunfalismo se ha apoderado de
nuestros encuestadotes, quienes sobredimensionan el crecimiento evangélico
ignorando lo que ha ocurrido en la Iglesia católica.
Mientras que la población nacional
creció de 15.538.000 en 1960 a 37.822.000 en el 2000, los católicos afiliados y
activos crecieron de 8.136.346 a 19.555.340. Esto nos indica que el catolicismo declinó muy poco: del 52.3% de la
población total al 51.7%. Según James Slack, estudioso del iglecrecimiento
mundial y fuente de estos datos, “el crecimiento de la Iglesia católica es
estático, manteniéndose a nivel con el crecimiento biológico de sus miembros”.[2]
En mi opinión, el análisis de las estadísticas
sobre el protestantismo deben hacerse en relación con el desarrollo general de
todo el campo religioso. De esta forma, la significación que ha logrado el
pueblo evangélico se puede explicar no tanto por el número en sí, como por el
impacto que esta minoría religiosa produce en la sociedad en general.
Numéricamente seguimos siendo una minoría religiosa, pero lo que importa saber
ahora es si esa minoría creciente impacta a la sociedad o no. Para esto debemos
preguntarnos si el crecimiento de los evangélicos está consistiendo en la
masificación de una forma religiosa renovadora, substitución del catolicismo
popular,[3]
refugio de las masas empobrecidas con ausencia de identidad social, o si este
crecimiento está redundando en un impacto social transformador que refleje las
afirmaciones de Jesús: “Ustedes son la luz del mundo”, “ustedes son la sal de
la tierra”.
Aquí es necesario arriesgarse a
utilizar alguna tipología, con el fin de lograr una clasificación de la
diversidad evangélica. José Míguez Bonino la ha llamado “los rostros del
protestantismo”,[4] tomando en cuenta su desarrollo histórico. Otros
estudiosos del tema han clasificado el protestantismo por “olas”, las cuales se
suceden unas a otras pero arrastrando elementos de la anterior. Me parece que
en todas estas caracterizaciones se distinguen por lo menos tres grandes
expresiones:
·
La llamada
histórica, caracterizada por su
énfasis en la evangelización, la educación y la acción social como elementos
que se intercambian mutuamente.
·
La
pentecostal clásica, que dio
énfasis a la manifestación de los dones espirituales y a un compromiso social
inmediato de solución rápida a problemas sociales de larga duración.
·
La
neo-pentecostal,
caracterizada por su fuerte presencia en sectores de clase media y alta con un
pronunciamiento abierto de la teología de la prosperidad como salida espiritual
a la crisis social.
Tomando en cuenta estas
expresiones, se puede valorar la significación del crecimiento evangélico en
Colombia. Éste se puede caracterizar por ser: a) Explosivo y dinámico en las
ciudades, especialmente en sectores más populares o empobrecidos; b)
desarticulado, anárquico y conflictivo entre sí y con la Iglesia católica; y c)
potencialmente movilizador en lo político-electoral, pasivo en lo social y
atomizador del campo religioso en lo espiritual.
Esto nos lleva a
relacionar este hecho con lo político y con lo social. En alguna forma es allí
donde se prueba el impacto social concreto de este crecimiento. Aunque no es
fácil evaluar los resultados, es posible ensayar algunas interpretaciones sobre
lo que ha ocurrido durante la última década.
Desde
la Asamblea Constituyente de 1991 la presencia de los evangélicos en la arena
política se convirtió en una práctica obligada. Muy pocos han puesto en tela de
juicio si esa participación es necesaria o válida; lo que sí se a discutido es:
¿En qué términos, con qué proyectos y con qué objetivos se participa? La
práctica política que en los años 60s y 80s fue vista como ilegítima para el
cristiano evangélico promedio, hoy día se presenta como un imperativo respecto
al cual muchos responden sin tomar en cuenta todas las implicaciones que tiene
la participación en la esfera de la política y la lucha por el poder.
Durante la década de los años 90s, los
evangélicos hemos estado presentes en las diferentes instancias del ejercicio
del poder: desde el nivel nacional, departamental, hasta el municipal; en las
ramas ejecutiva, legislativa y judicial. La participación de los evangélicos en
la política durante esos años puede resumirse de la siguiente manera:
a) Ha sido en muchos casos espontánea, empírica y
coyuntural. Por esa razón los logros en algunos casos no sobresalen; por el
contrario, se evidencian frustraciones y desengaños.
b) A pesar de la falta de preparación para la
participación política, la presencia en estas instancias ha sido recibida con
aceptación por otras expresiones políticas.
c) Ha existido cierta ingenuidad en la movilización del
electorado evangélico (se supone que los cristianos sólo votan por los
cristianos). Al ver los resultados electorales en comparación con las
estadísticas de crecimiento se comprueba que este supuesto no se cumple en la
mayoría de los casos.
d) Las experiencias más significativas han tenido un
carácter nacional o regional, especialmente durante la Asamblea Constituyente y
la primera mitad de la década de los 90.
e) Estas experiencias nacionales enfocaron su gestión
principalmente en la reglamentación de la ley de libertad religiosa. Aunque hubo
cierto protagonismo en otro tipo de proyectos, la expectativa de los
evangélicos respecto a sus representantes eran las reivindicaciones religiosas.
f) En algunos casos, las prácticas y procedimientos desarrollados
por los movimientos o partidos confesionales evangélicos se caracterizaron por
la práctica de los vicios criticados a la vieja forma de hacer política. La
pugna por obtener los primeros puestos produjo desgarres y fracturas en algunos
de esos movimientos al punto de acercarlos a la extinción.
g) Algunas propuestas electorales entre los evangélicos
se caracterizan por un complejo “mesiánico”; no se considera la posibilidad de
establecer alianzas estratégicas con otros partidos o movimientos políticos. En
algunos casos en que se han dado, estas alianzas han sido adoptadas en el
camino más por conveniencia que por razones sopesadas con anticipación.
A partir de estas características se
pueden levantar varias preguntas para la reflexión:
a)
¿En qué sentido la
participación de los evangélicos ha sido un factor de renovación del quehacer
político?
b)
¿Cuál ha sido el efecto de
esta participación en la búsqueda de una solución pacífica al conflicto
cincuentenario que arrastra nuestro país?
c)
¿Hasta qué punto esta
participación ha contribuido al fortalecimiento de una democracia restringida?
d)
¿Cómo es posible sobrevivir
en el quehacer político sin desarrollar un proceso continuo de reflexión,
formación y proyección para participar de esta tarea?
e)
¿De qué manera es posible que
los evangélicos superemos nuestro interés exclusivo por las reivindicaciones
particulares?
f)
¿Qué pasos se deben dar para
aprender a pensar el país completo, digerir la crisis y proyectar a largo plazo
nuestra acción política?
La participación de los evangélicos en
la política durante la primera década del siglo XXI parece que no se va a
detener; por eso es importante asumir con serenidad la evaluación de la década
anterior. Esto permitirá una participación más coherente con los principios cristianos
y más contextualizada al ámbito político.
Hay varias formas en que esto se puede
lograr. Por un lado, los evangélicos debemos seguir participando; este
aprendizaje es muy importante. Por otro lado, es necesario ser más
intencionales y menos emocionales en esta participación, prepararse no sólo
para las elecciones sino para la vida política, lo cual requiere de un proceso
educativo de más largo aliento. Una tarea importante es la integración, lo más
completa posible, de los diferentes problemas que atraviesa el país. Para
lograrlo, es necesario pensar en otras formas de hacer política, no limitarse a
lo electoral, sino ampliar la expresión de nuestro interés por lo político para
abarcar diferentes momentos y lugares de este ámbito.
En
este aspecto se debe mencionar el trabajo que las Iglesias realizan a motu
propio, tales como brigadas de salud, apoyo a la niñez desnutrida o
desamparada, recuperación de drogadictos y apoyo a familiares de presos. La
mayoría de las veces esto ha sido una labor asistencialista, importante en
emergencias debido a desastres naturales y sociales. Pero estos esfuerzos son
limitados por no articularse en proyectos que ofrezcan o promuevan la
construcción de soluciones duraderas y sostenibles. Es importante mencionar el
trabajo de las ONGs cristianas. Allí se desarrollan proyectos de más largo
alcance, se cuenta con más recursos y el impacto en las comunidades ha sido más
duradero. Aunque me parece que ha faltado en algunos casos una sana
articulación con las Iglesias, es posible que debido a malas experiencias en el
pasado cada instancia haya preferido trabajar sola.
De todas maneras, este escenario de lo
social, como espacio de presencia cristiana evangélica, ha dejado algunos
resultados: 1) Mayor presencia y liderazgo en las comunidades donde la
presencia del Estado es débil, lo cual ha permitido un protagonismo de parte de
líderes evangélicos antes ignorados por las autoridades civiles, militares y
aún por los grupos armados irregulares; 2) Liderazgo en comunidades. Lo que era
un espacio vedado para los evangélicos porque la comunidad no era vista como
lugar de misión sino como “mundo para evangelizar”, limitando la misión a una
de sus facetas; 3) Hay un impacto positivo cuando los proyectos tienen
continuidad, abarcando a un mayor número de población y estos no tienen un
carácter proselitista; y c) Está aumentando la participación con otras
organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, lo que ha facilitado un
crecimiento en las relaciones con grupos no eclesiales.
Durante
un buen tiempo los evangélicos hemos oscilado entre la apatía y el compromiso, a
pesar de que durante los años 50s se sufrieron los embates de la violencia
política. Por la formación de una actitud mal llamada “apolítica”, se adoptó
una posición de encerramiento en lo eclesial como fin de la verdadera
realización de la esperanza cristiana. Así, cualquier esfuerzo por mejorar las
condiciones sociales era visto como inútil.
Pero esta actitud ha cambiado durante
los años 90s frente a la realidad del incremento de la violencia y la
agudización del conflicto armado. La realidad ha demostrado que en estos
conflictos también los evangélicos mueren, son secuestrados, desaparecidos,
amenazados y desplazados. El Consejo Evangélico de Colombia (CEDECOL) ha
promovido la formación de una Comisión de Derechos Humanos y Paz durante los
últimos años. Esto es un anuncio de cambio en la posición tradicional de los
evangélicos frente a la realidad de la guerra en Colombia. Podría decirse que
aquí se puede notar el paso de la apatía al compromiso, uniendo esfuerzos de
manera progresiva y logrando en poco tiempo lo que durante décadas se vio como
imposible.
En los diferentes encuentros de la
comisión se puede notar la presencia de la diversidad evangélica colombiana, lo
que ha resultado en encuentros productivos con discusiones interesantes.
Obviamente, nos falta mucho camino por recorrer y quizá debamos acelerar el
paso. Han existido otros esfuerzos por parte de los evangélicos para enfrentar
la agudización de la violencia. Por ejemplo: la “Fundación de Cristianos por la
Paz”; el “Plan de Acción Pastoral de las Iglesias por la Paz de Colombia”, con
el apoyo del CLAI; la “Federación de Iglesias Cristianas”; la “Comisión de Paz
de la Iglesia Luterana de Colombia”; el Comité Central Menonita a través de
“Justa Paz” y el “Comité de Paz” de la Convención Bautista.
En esto se evidencia el creciente
interés en el compromiso de la iglesia por trabajar en la búsqueda de nuevas
condiciones de convivencia ciudadana. Desde luego que, como en el caso citado
de la participación política, también la improvisación, la experimentación y el
voluntarismo han obstaculizado mayores desarrollos de esta presencia. Un
aspecto que vale la pena destacar es la apertura hacia otros grupos no
evangélicos que trabajan por la defensa de los derechos humanos y la paz. Se ha
participado en el Foro de Cooperación Ecuménica, en el Foro por Colombia y en
Viva la Ciudadanía. Este esfuerzo ha permitido que los evangélicos participen
de la Asamblea Permanente de la Sociedad Civil por la Paz, expresión ciudadana
que procura ser alternativa o interlocutora no armada en medio del conflicto.
La asamblea permanente tuvo representantes en los comités temáticos del diálogo
con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Ha sido interesante
la participación de los evangélicos en las sesiones de la Asamblea permanente
de la Sociedad Civil. No sólo por medio de la Comisión de Derechos Humanos y
Paz, sino a través de organizaciones locales como las Asociaciones de Pastores
y otras organizaciones pro-eclesiales.
¿Hacia dónde caminamos?
No
podemos soslayar la gravedad de la situación, ya que este es un problema que ha
echado raíces durante más de 50 años y que no será fácil de desarraigar. El
fallido proceso de paz del presidente Pastrana dejó muchos resentimientos,
muertos y un profundo escepticismo sobre este tipo de esfuerzos. Pero también, ha dejado lecciones, como que la paz no
se consigue en un acuerdo entre grupos armados, ni resulta de la buena voluntad
de las partes; por el contrario, este es un proceso muy complejo que implica la
participación de toda la sociedad y en un largo plazo. Aquí es donde la
presencia de los evangélicos en los escenarios antes mencionados cobrará valor.
Se requiere entonces articular todos esos esfuerzos en una visión estratégica
del país que queremos, del que es posible y del que estamos dispuestos a
construir.
Eso no puede ser un trabajo
exclusivamente de las iglesias, tenemos que articularnos a esfuerzos más
amplios, pero se requiere que haya una profunda reflexión entre nosotros para
elaborar teóricamente, desde lo teológico y con la contribución
interdisciplinaria, un proyecto incluyente, participativo y reconciliador. Los
evangélicos tenemos la responsabilidad de incidir socialmente en la actual
coyuntura. Combinando la participación electoral con la presencia social en el
barrio, la comuna, la vereda, etc., será posible que nuestra voz y opinión
tengan un mayor alcance que el logrado hasta ahora.
Finalmente, propongo aquí algunos pasos
concretos en este sentido:
·
En el
mediano y largo plazo. No
podemos esperar hasta que cambie el sistema neoliberal. Tenemos que iniciar
experiencias de desarrollo integral, participativo y solidario, que, al mismo
tiempo que impulsan el crecimiento económico, crean nuevos escenarios de
convivencia social y convierten a la comunidad en gestora de su propio proyecto
histórico.
·
Tareas
inmediatas de corto plazo. a) Una
atención especial a los desplazados y víctimas del conflicto. Quienes necesitan
una atención inmediata y con mayor urgencia son los desplazados por el
conflicto armado y todas aquellas familias que en una u otra forma han sido
víctimas de la violencia; b) otra acción inmediata es el impulso a las pequeñas
empresas solidarias, muchas de ellas fruto de la economía informal: La
situación de pobreza, los costos de la formalidad, la dificultad de acceso al
crédito financiero, el nuevo contexto económico, las actuales condiciones
laborales y la emergente figura del empresario popular han sido factores de
impulso a formas nuevas de sobrevivencia económica de inspiración solidaria y
cooperativa; c) una forma concreta de poner en práctica la globalización de la
solidaridad es el apoyo que se preste a los proyectos económicos comunitarios,
donde estén comprometidos tanto los miembros de las familias como de las
pequeñas comunidades locales.
Los
evangélicos hemos cambiado durante esta década. Ahora, es necesario iniciar una
evaluación crítica y constructiva de los logros, aciertos, pero también de los
fracasos y desaciertos. Insistir en hacer lo mismo sólo porque dio resultado la
primera vez, resulta poco constructivo.
Hay dos preguntas que considero importante realizar para finalizar este ensayo: ¿Qué tipo de relación subyace a la presencia evangélica en estos escenarios?, y ¿cómo contribuye o estorba para la búsqueda de una participación efectiva en el anhelo nacional por la paz?
Reinhold Niebuhr en su libro Christ
and Culture,[5] analiza cinco tipos de relación con la cultura,
entendiendo por ésta la integración de todos los aspectos de la actividad humana,
que implican: lenguaje, hábitos, ideas, creencias, costumbres, organización
social, valores, herencias y procesos técnicos que se manifiestan en una
sociedad. Éstas relaciones son:
·
Cristo contra la cultura
·
El Cristo de la cultura
·
Cristo por encima de la
cultura
·
Cristo y la cultura en
paradoja
·
Cristo el transformador de la
cultura
Partiendo de este análisis, se debe
constatar con la realidad el tipo de relación que subyace a los diferentes
esfuerzos de presencia evangélica en Colombia. No se trata de participar por
participar, de marchar por marchar, elegir por elegir. Después de 10 años de
incansable participación en la sociedad colombiana debemos preguntarnos el
¿para qué? Esta es una reflexión que sólo recién se empieza a realizar.
Me parece que en la mayoría de los
casos hemos superado la antigua relación “Cristo contra la Cultura”. Ya no
existe esa antigua negación que los evangélicos hacían en cuanto a la
importancia de la cultura humana. Tengo la impresión que ahora, incluso, nos
agrada la idea de concebir a “Cristo por encima de la cultura”. Este ha sido el
modelo de cristiandad que la Iglesia católica practicó por muchos siglos y que
brindó rendimientos importantes para esa Iglesia como tal; aunque a veces a
costa de la sociedad en general. Me parece que estamos dando pasos, tímidos
aún, hacia una relación más creativa con la cultura. La gran paradoja surge
cuando tratamos de dominarla, en lugar de aprender a vivir en tensión con ella,
buscando transformarla.
En esta última relación no podemos
confundir nuestro trabajo meramente humano, con el de Cristo transformando la
cultura a través de su Iglesia. Todos los esfuerzos en los que podamos ver
identificado ese objetivo deben ser considerados dentro de nuestra agenda.
Miqueas 6:8 nos dice: “Él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de
ti, solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.
Esto es lo que se requiere del pueblo de Dios en momentos críticos: Hacer lo
elemental, con un impacto social.
© Fraternidad Teológica Latinoamericana - www.fratela.org
Revista electrónica Espacio de Diálogo, (Fraternidad Teológica
Latinoamericana)
núm. 2, abril del 2005, www.cenpromex.org.mx/revista_ftl
NOTAS
* Ponencia presentada en la 1ª Consulta Nacional sobre la Paz, 49ª
Asamblea Nacional del Consejo Evangélico de Colombia (CEDECOL), Cali, Colombia,
27-31 de mayo del 2002.
** Colombiano. Rector del Seminario
Teológico Bautista Internacional Fundación Universitaria, de Cali, Colombia.
[1] René
Padilla (compilador), De la marginación al compromiso. Los evangélicos y
la política en América Latina, Buenos Aires, Fraternidad Teológica
Latinoamericana, 1999.
[2] James
Slack, Crecimiento de Iglesias en Colombia, 1960-2000,
Conferencia ofrecida en el Seminario Teológico Bautista Internacional, Cali,
Colombia, 2001.
[3] Jean
Pierre Bastian, La Mutación religiosa de América Latina, México,
Fondo de Cultura Económica, 1997.
[4] José
Migues Bonino, Rostros del Protestantismo Latinoamericano, Buenos
Aires, Nueva Creación, 1995.